Hablar de la muerte, es hablar de la vida; es hablar de una inquietud exclusiva del ser humano, ya que todo movimiento, todo pensamiento, toda concepción humana, van acompañados de manera evidente o escondida del sentimiento del morir. Este sentimiento, esta inquietud, subyace en las profundidades de nuestra conciencia y subsiste allí con el paso del tiempo como nexo sutilmente oculto entre las actividades más vitales del hombre, como el arte, las filosofías, la ciencia y las religiones.
La muerte implica cambio, cambio que somete a todos los seres en todos los reinos de la naturaleza, más la mente humana, por su concepción sicológica del tiempo es la única que tiene plena conciencia de este cambio .
Nuestros muertos, como representaciones mentales de mucho poder son como imágenes que parecen tener vida propia, y que, a veces, influyen más en nuestras vidas que las personas reales.
Cuando alguien querido muere, o cuando de otra manera se rompe el vínculo que nos une con esa persona, sólo nos queda de ella su recuerdo. Lo sorprendente es que la sensación de unión con esa imagen internalizada es, en ocasiones, aparentemente más intensa que con la persona viva.
Nuestros seres queridos viven en nosotros y reconocerlo es una muestra de sensatez: pueden brindarnos ayuda, consuelo y apoyo o en algunos casos pueden crearnos culpa y resentimiento. Despedirse de ellos, con amor y comprensión, perdonar y aceptar su perdón por todo lo que no fue perfecto entre nosotros es el camino a la liberación.
La muerte implica cambio, cambio que somete a todos los seres en todos los reinos de la naturaleza, más la mente humana, por su concepción sicológica del tiempo es la única que tiene plena conciencia de este cambio .
Nuestros muertos, como representaciones mentales de mucho poder son como imágenes que parecen tener vida propia, y que, a veces, influyen más en nuestras vidas que las personas reales.
Cuando alguien querido muere, o cuando de otra manera se rompe el vínculo que nos une con esa persona, sólo nos queda de ella su recuerdo. Lo sorprendente es que la sensación de unión con esa imagen internalizada es, en ocasiones, aparentemente más intensa que con la persona viva.
Nuestros seres queridos viven en nosotros y reconocerlo es una muestra de sensatez: pueden brindarnos ayuda, consuelo y apoyo o en algunos casos pueden crearnos culpa y resentimiento. Despedirse de ellos, con amor y comprensión, perdonar y aceptar su perdón por todo lo que no fue perfecto entre nosotros es el camino a la liberación.
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